lunes, 25 de enero de 2016

Función de Meditar


La función natural de la mente es pensar, como la de los pulmones es respirar.
Meditar no es detener la mente, esto sería como querer detener las olas del océano. La mente es como un río, en constante movimiento, y no se puede detener un río. ¿Tendría sentido detener la respiración de nuestros pulmones?

Meditar sí es calmar, hacer descansar la mente y observar cómo fluyen nuestros pensamientos, sensaciones y emociones que aparecen (o no), sin bloquearlos ni dejarnos atrapar por ellos.
Al calmar la mente, observando nuestros pensamientos y emociones, reducimos el sufrimiento y hacemos aflorar todo nuestro potencial. Este potencial se expresa, según el pensamiento budista, en tres términos: ganando compasión, claridad y vacuidad. El concepto de vacuidad, de una forma sencilla, equivale a comprender mejor lo que es nuestro proceso de percepción de la realidad y tomar conciencia de las infinitas posibilidades que existen para interpretar esa realidad.
Meditar no es juzgar nuestras emociones y pensamientos como buenos o malos, simplemente los observamos, objetivamente, como si fuésemos un científico, sobre lo que es nuestra experiencia subjetiva.
Meditar es una práctica personal única, somos personas distintas y meditamos de forma distinta.
Meditar requiere una posición equilibrada entre tensión y relajación.
Meditar es en realidad algo sencillo: Cualquier pensamiento o emoción que observemos de forma consciente es en realidad meditación.
La meditación —aquella ciencia cuyo objetivo es la realización de Dios— es la más práctica de todas las ciencias del mundo. La mayoría de las personas desearía meditar si comprendiera el valor de la meditación y experimentase sus beneficiosos resultados. El propósito esencial de la meditación es tomar plena conciencia de Dios y de la eterna identidad del alma con Él. ¿Existe acaso algún logro más significativo y provechoso que el de unir nuestras limitadas facultades humanas a la omnipresencia y omnipotencia del Creador? La realización divina confiere a quien medita múltiples bendiciones: la paz, el amor, el gozo, el poder y la sabiduría de Dios.
En la meditación se utiliza la concentración en su forma más elevada. La concentración consiste en liberar la atención de las distracciones, para enfocarla en cualquier pensamiento que se desee. La meditación, en cambio, es aquel tipo especial de concentración en la cual la atención se ha liberado del estado de inquietud y se enfoca solamente en Dios. La meditación, por lo tanto, es la concentración utilizada con el solo propósito de conocer a Dios.

En respuesta al amor de sus grandes devotos, Dios se ha revelado en diversas formas cósmicas. Él también se manifiesta a través de la verdad, las cualidades divinas, la belleza y el poder creativo de la naturaleza, las vidas de los grandes santos y avatares (encarnaciones divinas) y el alma de cada ser humano. Es por eso por lo que la meditación en cualesquiera de estos conceptos aporta una profunda realización del Absoluto omnipresente, de Aquel que es la Dicha siempre existente, siempre consciente y eternamente renovada. Al brindar la percepción directa de Dios, la meditación eleva la práctica de la religión por encima de las diferencias dogmáticas.

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