La función natural de la mente es pensar, como la de los
pulmones es respirar.
Meditar no es detener la mente, esto sería como querer
detener las olas del océano. La mente es como un río, en constante movimiento,
y no se puede detener un río. ¿Tendría sentido detener la respiración de
nuestros pulmones?
Meditar sí es calmar, hacer descansar la mente y observar
cómo fluyen nuestros pensamientos, sensaciones y emociones que aparecen (o no),
sin bloquearlos ni dejarnos atrapar por ellos.
Al calmar la mente, observando nuestros pensamientos y
emociones, reducimos el sufrimiento y hacemos aflorar todo nuestro potencial.
Este potencial se expresa, según el pensamiento budista, en tres términos:
ganando compasión, claridad y vacuidad. El concepto de vacuidad, de una forma
sencilla, equivale a comprender mejor lo que es nuestro proceso de percepción
de la realidad y tomar conciencia de las infinitas posibilidades que existen
para interpretar esa realidad.
Meditar no es juzgar nuestras emociones y pensamientos como
buenos o malos, simplemente los observamos, objetivamente, como si fuésemos un
científico, sobre lo que es nuestra experiencia subjetiva.
Meditar es una práctica personal única, somos personas
distintas y meditamos de forma distinta.
Meditar requiere una posición equilibrada entre tensión y
relajación.
Meditar es en realidad algo sencillo: Cualquier pensamiento
o emoción que observemos de forma consciente es en realidad meditación.
La meditación —aquella ciencia cuyo objetivo es la
realización de Dios— es la más práctica de todas las ciencias del mundo. La
mayoría de las personas desearía meditar si comprendiera el valor de la
meditación y experimentase sus beneficiosos resultados. El propósito esencial
de la meditación es tomar plena conciencia de Dios y de la eterna identidad del
alma con Él. ¿Existe acaso algún logro más significativo y provechoso que el de
unir nuestras limitadas facultades humanas a la omnipresencia y omnipotencia
del Creador? La realización divina confiere a quien medita múltiples
bendiciones: la paz, el amor, el gozo, el poder y la sabiduría de Dios.
En la meditación se utiliza la concentración en su forma más
elevada. La concentración consiste en liberar la atención de las distracciones,
para enfocarla en cualquier pensamiento que se desee. La meditación, en cambio,
es aquel tipo especial de concentración en la cual la atención se ha liberado
del estado de inquietud y se enfoca solamente en Dios. La meditación, por lo
tanto, es la concentración utilizada con el solo propósito de conocer a Dios.
En respuesta al amor de sus grandes devotos, Dios se ha
revelado en diversas formas cósmicas. Él también se manifiesta a través de la
verdad, las cualidades divinas, la belleza y el poder creativo de la
naturaleza, las vidas de los grandes santos y avatares (encarnaciones divinas)
y el alma de cada ser humano. Es por eso por lo que la meditación en
cualesquiera de estos conceptos aporta una profunda realización del Absoluto
omnipresente, de Aquel que es la Dicha siempre existente, siempre consciente y
eternamente renovada. Al brindar la percepción directa de Dios, la meditación
eleva la práctica de la religión por encima de las diferencias dogmáticas.
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