domingo, 20 de septiembre de 2015

Generosidad


Una persona generosa es aquella que actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación para esas personas, aunque le cueste un esfuerzo. Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera. No hacia adentro.


Dar sin esperar nada a cambio, entregar parte de tu vida, volcarse a los demás, ayudar a los que lo necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es generosidad. Y no es un valor pasado de moda.

Hacer algo a favor de otras personas puede significar muchas cosas distintas: por ejemplo, dar cosas, dar tiempo, prestar posesiones, perdonar, escuchar, todos estos actos suponen una decisión en algún momento dado. Por ejemplo, ser generoso con el tiempo significa decidirse y estar dispuesto a sacrificar para el bien de los demás algo que se guarde para la propia utilización.

Las personas suelen valorar el tiempo por su rentabilidad, por los resultados que pueden ver claramente a corto plazo y, en consecuencia, establecen criterios de poco valor intrínseco. Es decir, valoran el tiempo por la cantidad de dinero que pueden ganar o por el número de contactos profesionales que pueden conseguir.

Si la persona no vive la generosidad por una convicción profunda de que los demás tienen el derecho de recibir su servicio, de que Dios le ha creado para servir, difícilmente existirá una generosidad permanente en desarrollo. Por eso, es más importante el concepto de «darse» que el de dar. Se puede dar, sin identificarse con lo dado, sin simpatizar con la otra persona.

Una persona generosa se distingue por: La disposición natural e incondicional que tiene para ayudar a los demás sin hacer distinciones.
Resolver las situaciones que afectan a las personas en la medida de sus posibilidades, o buscar los medios para lograrlo.
Usa tus habilidades y conocimientos para ayudar a los demás. Cuando te hayas comprometido en alguna actividad o al atender a una persona, no demuestres prisa, cansancio, fastidio o impaciencia; si es necesario discúlpate y ofrece otro momento para continuar. No olvides ser sencillo, haz todo discretamente sin anunciarlo.
El vivir con la conciencia de entrega a los demás, nos ayuda a descubrir lo útiles que podemos ser en la vida de nuestros semejantes, alcanzado la verdadera alegría y la íntima satisfacción del deber cumplido con nuestro interior.

Dar y darse sin esperar nada a cambio.

En esta época nuestra, que exalta como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material, la generosidad parece ser lo único que verdaderamente vale la pena en esta vida.

El egocentrismo nos lleva a la infelicidad, aunque la sociedad actual nos quiera persuadir de lo contrario. Cuando la atención se vuelca hacia el “Yo”, se acaba haciendo un doble daño: a los demás mientras se les pasa por encima, y a uno mismo, porque a la postre se queda solo.

Muchos hombres y mujeres son ejemplos silenciosos de generosidad: la madre que hace de comer, se arregla, limpia la casa y además se da tiempo para ir a trabajar; el padre que duerme solo cinco o seis horas diarias para dar el sustento a sus hijos; la juventud generosa que ayuda a sus amigos cuando tienen problemas. Todos ellos son ejemplos que sin duda deberíamos seguir. Estos actos de generosidad son de verdad heroicos. Siempre es más fácil hacer un acto grandioso por el cual nos admiren, que “simplemente” darnos a los demás sin obtener ningún crédito. Y es que casi todos tendemos a buscar el propio brillo, la propia satisfacción, el prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a los demás.

Al reflexionar sobre esta virtud, encontramos que la vida del ser humano está llena de oportunidades para servir y hacer un bien al prójimo.

El vivir con la conciencia de entrega a los demás, nos ayuda a descubrir lo útiles que podemos ser en la vida de nuestros semejantes, alcanzado la verdadera alegría y la íntima satisfacción del deber cumplido con nuestro interior.


Practicando la generosidad en silencio, sin reflectores y sin anuncios, es la única manera de que, no perdiendo su esencia, nos proporcione paz interior.

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