viernes, 4 de septiembre de 2015

La Mente Piensa, La Meditación Sabe


La mente y la meditación no pueden coexistir. No hay formas de tener a ambas. O puedes tener mente o puedes tener meditación, porque la mente es pensamiento y la meditación es silencio. La mente es buscar la puerta a tientas en la oscuridad. La meditación es ver. No surge la cuestión de ir a tientas, sabe dónde está la puerta.
La mente piensa. La meditación sabe.

Esta es la razón fundamental por la que el hombre no puede volverse meditativo; por la que muy pocos hombres se han atrevido a volverse meditativos. Nuestra formación es de la mente. Nuestra educación es para la mente. Nuestras ambiciones, nuestros deseos, sólo pueden ser satisfechos por la mente. Para llegar a ser presidente de un país, primer ministro, no tienes que ser meditativo, sino cultivar una mente muy astuta. Toda la educación es conducida por tus padres, por tu sociedad, para que puedas satisfacer tus deseos, tus ambiciones. Tú quieres llegar a ser alguien. La meditación sólo puede convertirte en un nadie.
¿Quién quiere llegar a ser un nadie?
Todo el mundo quiere estar más alto en la escalera de las ambiciones. La gente sacrifica toda su vida para llegar a ser alguien.
Alejandro estaba llegando a India. Una locura había entrado en su mente: quería conquistar el mundo entero. Todo el mundo tiene un poco de esa locura, pero él la tenía toda. Y cuando estaba llegando a India, pasando las fronteras de Grecia, alguien le dijo: «Tú has preguntando muchas veces por un místico, un hombre muy extraño, Diógenes. Él vive cerca. Si quieres verle, está a un paso de aquí, justo al lado del río.»
Diógenes ciertamente era un tipo de hombre muy extraño. De hecho, si eres un hombre siempre serás un tipo extraño de hombre, porque serás algo único. Él vivía desnudo... él era uno de los hombres más hermosos que pudiera haber. Pero siempre solía llevar en la mano una lámpara encendida; noche y día, no había ninguna diferencia. Incluso durante el día, a plena luz del sol, cuando caminaba por las calles, llevaba la lámpara. La gente solía reírse de él, y solía preguntarle: «¿Para qué llevas esa lámpara, gastando aceite innecesariamente y haciendo el ridículo?»
Y Diógenes solía contestar: «Tengo que llevarla, porque estoy buscando al hombre auténtico, real. Todavía no me he encontrado con él. Me he encontrado con personas pero todas llevan máscaras, todas son hipócritas.»
Diógenes tenía un gran sentido del humor. Esa es una de las más importantes cualidades de un hombre genuinamente religioso. Cuando se estaba muriendo, todavía tenía la lámpara a su lado. Alguien le preguntó: «Te estás muriendo. Háblanos del hombre que estabas buscando. Tu vida se está acabando; ¿has conseguido encontrar al hombre auténtico?»
Él estaba casi al borde de la muerte, pero abrió los ojos y dijo: «No, no he podido encontrar un hombre auténtico. Pero estoy feliz porque todavía nadie me ha robado la lámpara; porque hay ladrones, criminales, toda clase de gentuza, por todas partes, y yo voy desnudo, soy un hombre desprotegido. Esto me da una gran esperanza: durante toda mi vida he llevado la lámpara y nadie me la ha robado todavía. Esto me da la gran esperanza de que algún día nazca el hombre que he estado buscando; quizá yo haya venido demasiado pronto.» Y murió.
Se habían contado muchas cosas acerca de él, que Alejandro había escuchado y disfrutado. Dijo: «Me gustaría ir y encontrarme con él.» Era por la mañana temprano, el sol estaba apareciendo. Diógenes estaba tumbado sobre una playa de arena en el río, tomando el sol. Alejandro se sintió un tanto molesto, porque Diógenes estaba desnudo. También se sintió incómodo porque era la primera vez que alguien continuaba tumbado delante de él: «Quizá el hombre no sepa quién soy yo.»
Así que dijo: «Quizá no te des cuenta de la persona que ha venido a verte.» Diógenes se rio.
También solía tener un perro. Esa era su única compañía. Cuando le preguntaron por qué hizo a un perro su amigo, él contestó: «Porque no conozco a ningún hombre que sea digno de ser un amigo.» Miró al perro que estaba a su lado y le dijo: «Escucha lo que ese estúpido hombre está diciendo. Está diciendo que yo no sé quién es él. ¿Qué hacer con esta clase de idiotas? Dime.»
Sorprendido... pero era un hecho. Todavía Alejandro intentó entablar algo de conversación. Dejó pasar el insulto. Dijo: «Soy Alejandro Magno.»
«Dios mío -dijo Diógenes mirando al perro-. ¿Has oído? Este hombre cree ser el hombre más grande del mundo. Y ese es un signo seguro del complejo de inferioridad. Sólo la gente que sufre de inferioridad pretende ser grande; cuanto mayor sea la inferioridad, más empiezan a proyectarse a sí mismos más elevados, más grandes, más importantes.»
Pero dirigiéndose a Alejandro, dijo: «¿Qué sentido tiene que hayas venido a verme? Un hombre pobre, un don nadie que vive desnudo, cuya única posesión es una lámpara, cuyo único compañero en todo el mundo es un perro... ¿Para qué has venido aquí?»
Alejandro contestó: «He oído muchos relatos acerca de ti, y ahora puedo ver que todas esas historias tenían que ser verdad; ciertamente eres un hombre extraño, pero en cierto sentido inmensamente bello. Yo voy a conquistar el mundo, y he oído que vivías aquí cerca. No pude resistir la tentación de venir a verte.»
Diógenes dijo: «Ya me has visto. Ahora no pierdas el tiempo, porque la vida es corta y el mundo es grande; puede que mueras antes de conquistarlo. Y has considerado alguna vez... si consigues conquistar este mundo, ¿qué será lo siguiente que hagas?; porque no hay más mundo que este mundo. Parecerás simplemente estúpido. Y puedo preguntarte: ¿por qué molestarse tanto en conquistar el mundo? Tú me llamas extraño a mí, que simplemente estoy tomando el sol. ¿Y tú no crees que tú mismo seas extraño, tan estúpidamente extraño que vas de camino a conquistar el mundo? ¿Para qué? ¿Qué harás cuando hayas conquistado el mundo?»
Alejandro contestó: «Para ser franco contigo, nunca se me había ocurrido. Quizá cuando haya conquistado el mundo me relaje y descanse.»
Diógenes ve volvió hacia el perro y dijo: «¿Has oído? Este hombre está loco. Me está viendo a mí relajándome, descansando, ¡sin conquistar nada! Y él se relajará cuando haya conquistado el mundo.»
Alejandro se sintió avergonzado. Era verdad, estaba claro, claro como el agua; si quieres descansar y relajarte, puedes descansar y relajarte ahora. ¿Por qué posponerlo para mañana? Y además, lo estás posponiendo para un tiempo indeterminado. Y mientras tanto tendrás que conquistar el mundo, como si conquistar el mundo fuera un paso necesario para estar relajado y encontrar una vida descansada.
Alejandro dijo: «Puedo comprender... ante ti parezco estúpido. ¿Puedo hacer algo por ti? Realmente me he enamorado de ti. He visto grandes reyes, grandes generales, pero nunca he visto un hombre con tanto valor como tú, que ni siquiera se ha movido, que ni siquiera ha dicho "buenos días”. Que no sólo no se ha preocupado por mí, sino que, además, ¡continúa hablando con su perro! Puedo hacer cualquier cosa, porque el mundo entero está en mis manos. Tú simplemente dilo, y yo lo haré por ti.»
Diógenes replicó: «¿De verdad? Entonces haz una cosa: apártate un poco a un lado, me estás tapando el sol. Estoy tomando el sol, y tú ni siquiera tienes modales.»
Alejandro lo recordó constantemente, durante toda su expedición hacia India. Ese hombre le había cautivado, el que no le pidiera nada. Alejandro pudo haberle dado el mundo entero simplemente con que se lo hubiera pedido, pero sólo le pidió que se moviera un poquito a un lado porque estaba impidiendo que el sol llegara a su cuerpo.
Y cuando se marchaba, Diógenes le dijo: «Tan sólo recuerda dos cosas, tómalo como un regalo de Diógenes: una, que nunca antes nadie ha conquistado el mundo. Algo queda siempre sin conquistar; porque el mundo es multidimensional; no puedes conquistarlo en todas sus dimensiones con una vida tan corta. Por eso todos aquellos que han salido a conquistar el mundo han muerto frustrados.
»En segundo lugar, nunca regresarás a casa. Porque así es como la ambición te va llevando más y más lejos; te va diciendo: "Tan sólo unas cuantas millas más. Unas cuantas millas más y habrás conseguido la ambición de tu corazón". Las personas van cazando alucinaciones, y la vida se les va escurriendo entre los dedos. Sólo recuerda estas dos cosas como regalo de un hombre pobre, un don nadie.»
Alejandro le dio las gracias; aunque la mañana era fresca, estaba transpirando. Ese hombre era tal... cada cosa que decía te hacía transpirar incluso a la fresca brisa de una fría mañana, porque acertaba exactamente en las heridas que intentabas ocultar.
Alejandro nunca llegó a conquistar el mundo entero. No pudo llegar hasta el final de India; no alcanzó Japón, China, ni por supuesto Australia y América, que no se conocían. Regresó desde Punjab. Tenía sólo treinta y tres años, pero la ambición y la constante batalla le hacían parecer mucho más viejo y cansado, como un cartucho vacío. Tenía sólo treinta y tres años, en la flor de la juventud, pero en su mundo interior se había hecho viejo y estaba listo para morir. De algún modo, quizá en la muerte habría descanso.
Y la sombra de Diógenes siempre le siguió: «No podrás conquistar el mundo entero.» Regresó, y antes de llegar a Atenas, su capital, tan sólo a veinticuatro horas...
Algunas veces pequeños incidentes se vuelven muy simbólicos y significativos. Tan sólo veinticuatro horas más y por lo menos habría regresado a su capital, su hogar; no al verdadero hogar al que se refería Diógenes, pero por lo menos a la casa en la que todos intentamos hacer un hogar.
El hogar está dentro. Fuera sólo hay casas. Pero ni siquiera pudo alcanzar la casa exterior. Murió veinticuatro horas antes de alcanzar Atenas.
Una extraña coincidencia: el día en que Alejandro murió, también murió Diógenes. En la mitología griega, como en muchas otras mitologías... en la mitología india sucede lo mismo: antes de entrar en el mundo tienes que cruzar un río, el Vaitarani. En la mitología griega también tienes que cruzar un río; ese río es la línea divisoria entre este mundo y el otro mundo.
Hasta ahora, todo lo que he dicho son hechos históricos. Pero después de la muerte de Alejandro y Diógenes, esta fábula se hizo predominante en toda Grecia. Es muy significativa. No puede ser histórica, pero está muy cerca de la verdad. No es real.
Esa es la diferencia entre los hechos y la verdad: una cosa puede ser factual, y aun así no ser verdad; una cosa puede ser no factual, y aun así ser verdad. Una fábula puede ser tan sólo un mito; no historia, pero tiene una enorme importancia porque indica la dirección de la verdad.
Se dice que Diógenes murió cinco minutos después de que muriera Alejandro. Se encontraron al cruzar el río; Alejandro iba delante, Diógenes venía detrás. Al oír ruido, Alejandro miró hacia atrás. Fue un encuentro incluso más embarazoso que el primero, porque por lo menos la otra vez Alejandro no estaba desnudo; esta vez también él estaba desnudo.
La gente intenta racionalizar, intenta ocultar su desconcierto. Así que sólo para ocultar su desconcierto, dijo: «Hola, Diógenes. Quizá esta sea la primera vez en la historia de la existencia que un gran emperador y un mendigo desnudo cruzan el río juntos.»
Diógenes contestó: «Lo es, pero no tienes claro quién es el emperador y quién el mendigo. El emperador está detrás del mendigo. Tú has desperdiciado tu vida; ¡todavía eres testarudo! ¿Dónde está tu imperio? Yo no he perdido nada porque no tenía nada, sólo una lámpara. E incluso a ella la encontré a un lado del camino (no sé de quién es), y al lado del camino la he dejado. Entré en el mundo desnudo, y vengo del mundo desnudo.»
Eso es lo que dice Kabir en una de sus canciones: «Jyon ki tion dhari dinhin chadariya. Kabira jatan se odhi chadariya»: «He utilizado la ropa de la vida con tanto cuidado y tal consciencia que le he devuelto a Dios su regalo exactamente igual a como me fue dado.»
Toda la sociedad (tus padres, tus profesores, tus líderes, tus sacerdotes), todos quieren que te conviertas en alguien especial, en un Alejandro. Pero si quieres ser meditativo estarán en contra de ti, porque la meditación significa que le estás dando la espalda a todas las ambiciones.
Imagínate un mundo donde la gente fuera meditativa. Sería un mundo simple, pero tremendamente hermoso. Sería silencioso. No habría crímenes, no habría juzgados, no habría ninguna clase de políticos. Sería una amorosa hermandad, una vasta comuna de personas que estén absolutamente satisfechas con ellas mismas, completamente contentas con ellas mismas. Ni siquiera Alejandro Magno podría hacerles un regalo.

Si estás corriendo para conseguir algo fuera de ti mismo, tienes que estar al servicio de la mente. Si abandonas todas las ambiciones y te interesas más por tu florecimiento interior, si te interesas más por tu savia interna, para que pueda fluir y alcanzar a los otros, si te interesas más por el amor, la compasión, la paz... entonces el hombre será meditativo.

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