viernes, 28 de agosto de 2015

El Divino Arte de Hacer Amigos


La amistad es la más noble expresión humana del deseo que tiene Dios de demostrar su amor al hombre. Dios derrama su afecto sobre el bebé a través del cariño del padre y de la madre. La ternura que sienten por el pequeño es innata, ya que El Creador ha dispuesto que nuestros padres no puedan menos que amarnos. El sentimiento de amistad, en cambio, se experimenta como una expresión libre e imparcial del amor de Dios.

Dos desconocidos se encuentran y, por una decisión instantánea de sus corazones, desean ayudarse el uno al otro. ¿Haz analizado alguna vez cómo sucede esto? El deseo mutuo espontáneo de ser amigos proviene directamente de la ley divina de atracción; los reiterados actos de mutua amistad entre dos almas, en vidas pasadas, van creando un vínculo kármico que las atrae de manera irresistible en esta vida.
En tanto no se contamine con el egoísmo o la atracción por el sexo opuesto, el impulso de la amistad permanece puro. Sin embargo, con frecuencia se contamina. La amistad crece en el árbol de nuestros sentimientos más íntimos, y es profanada por los malos deseos y las acciones egoístas. Si ponemos un fertilizante inadecuado en las raíces de un árbol, el fruto que producirá será pobre; de la misma manera, cuando alimentas el árbol de los sentimientos humanos con la emoción del egoísmo, tus motivaciones indignas desmerecerán el fruto de la amistad Sentir interés por alguien sólo porque es rico o influyente y porque puede hacer algo por ti no es verdadera amistad. Y sentirse atraído hacia alguien porque tiene un hermoso rostro tampoco es verdadera amistad; cuando ese rostro pierda su atractivo juvenil, la «amistad» se desvanecerá.

Cultiva las amistades del pasado
Es cierto que no se puede encontrar la amistad en todas partes. Hay personas a las que ves todos los días y jamás llegas a conocer y hay otras, en cambio, a las que te parece haber conocidas desde siempre. Debes aprender a identificar esta señal interior. Dondequiera que te encuentres, mantén los ojos abiertos, y cuando sientas atracción espiritual por alguien, cultiva su amistad, pues esa persona ha sido tu amiga en alguna vida anterior. Tenemos muchos amigos a quienes hemos conocido en vidas pasadas; sin embargo, esas amistades no han llegado aún a ser perfectas. Es preferible comenzar a edificar sobre los cimientos ya i Maldecidos que cavar nuevos cimientos en las arenas de las re­ía iones pasajeras. Es fácil creer que se tienen muchos amigos, hasta que éstos te hieren, causándote una profunda desilusión.
Son muchas las personas que cometen errores al escoger amigos, engañadas por las apariencias externas. La única manera de reconocer a los amigos verdaderos es meditar más. Debes tratar de encontrar amigos de un modo divino, esto es, eliminando de tu conciencia la idea de que el rostro o cualquier otro aspecto externo son los factores que han de determinar tu sentimiento hacia los demás. Si sigues esta norma, algún día serás capaz de descubrir amigos auténticos en todas partes. Sentirás la amistad de Dios a través de aquellos canales humanos que son humildes y no le oponen resistencia. A través de los puros de corazón la divina luz de la amistad fluirá hacia ti.

Si quieres hacer amigos, perfecciona tu carácter
No podrás atraer auténticos amigos a no ser que elimines de tu carácter el estigma del egoísmo y otras cualidades ingratas. El arte supremo de hacer amigos consiste en poner de manifiesto en tu conducta las cualidades divinas —espiritualidad, pureza, generosidad— y comenzar a construir la amistad sobre los cimientos que has establecido previamente en una vida pasada.
La amistad debe estar presente en todas las relaciones humanas: entre padres e hijos, entre esposo y esposa, entre hombres, entre mujeres, y entre hombres y mujeres. La amistad es incondicional. Cuando experimentas el impulso de ofrecer tu amistad a otros, estás en verdad sintiendo la presencia de Dios. La amistad es un impulso divino. Dios no se contenta con cuidar de sus hijos humanos bajo el disfraz de los padres y otros familiares. Él asume también la forma de nuestros amigos, para darnos así la oportunidad de expresar el amor incondicional de nuestro corazón.
A medida que desaparezcan de tu vida los defectos humanos y se desarrollen las cualidades divinas, tendrás más amigos. ¿No fue Jesús acaso un gran amigo de todos, al igual que Buda y Krishna? Para emularlos, debes perfeccionar tu amor al prójimo. Cuando puedas convencer a los demás de tu amistad y cuando estés seguro, mediante las pruebas del tiempo y de las experiencias compartidas, de que una persona realmente te quiere de corazón y tú sientes lo mismo por ella —sin buscar el provecho propio, movidos ambos, tan sólo por el divino impulso de la amistad—, podrás ver en esa relación el reflejo de Dios.

Ofrece tu amistad a todos, como lo hace Dios
No limites tu amistad a una sola persona, sino que trata de establecer gradualmente esa relación divina con otras personas que posean nobles ideales. Si cultivas la amistad de quienes son malintencionados cosecharás la desilusión. Comienza por ofrecer tu amistad a aquellos que son verdaderamente buenos; extiéndela luego a otros en forma progresiva, hasta que llegues a sentir amistad por todos los seres humanos y puedas decir: «Soy amigo de todos, incluso de mis enemigos». Jesús sintió sólo amistad hacia quienes le estaban crucificando, dando así ejemplo, en su severa prueba final, de lo que siempre había enseñado «... Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os difamen»
La verdadera amistad es amor divino, puesto que es in condicional, auténtica y duradera. Emerson expresó bellamente este ideal en uno de sus ensayos: «El acuerdo supremo que podemos hacer con nuestro prójimo es el siguiente: «¡Que la verdad reine siempre entre nosotros!». [...] Es algo sublime sentir y poder decir de otra persona: no necesito verle, ni hablarle, ni escribirle, y no necesitamos reforzar nuestra relación, ni enviarnos recuerdos, confío en él como en mí mismo; si hizo esto o aquello, sé que obró bien». Con un amigo podemos hablar libremente, sin que existan malentendidos. Pero la amistad nunca podrá desarrollarse si existe el menor indicio de imposición del uno hacia el otro. La amistad sólo puede construirse sobre la base de la libertad y la igualdad espiritual. Debemos, pues, tratar a todos desde esa divina perspectiva, con la conciencia de que cada individuo es una imagen de Dios. Si tratas mal a alguien nunca podrás ser en verdad su amigo.
Muchas personas transitan por la vida sin amigos. No imagino cómo pueden vivir así. Un auténtico amigo rara vez nos malinterpreta o, si esto llega a suceder, no lo hace por mucho tiempo. Si alguien se aprovecha de tu confianza, continúa de todos modos prodigándole amor y comprensión, como desearías que lo hiciera contigo. Y si esa persona persiste en actuar con despecho, golpeando la mano amistosa que le tiendes, es mejor que retires tu mano por algún tiempo.

La amistad universal comienza en el hogar
La amistad debe comenzar en el propio hogar. Si congenias especialmente con algún miembro de tu familia, comienza por cultivar su amistad. Luego, si te sientes atraído hacia alguien conocido que comparte tus ideales, trata de fomentar esa relación. Elimina todo deseo nacido del egoísmo o de la compulsión sexual. Al ofrecer una amistad pura, verás que es Dios quien te guía. Cultiva la amistad de gente buena; cuanto más medites, mayor será tu capacidad para reconocer amistades del pasado. La meditación despierta «dormidos recuerdos de amigos que han de serlo una vez más».
La amistad es una gran fuerza universal. Cuando tu anhelo de amistad es lo suficientemente poderoso, aun cuando persona desconocida que está en sintonía espiritual contigo va en el Polo Sur, el magnetismo de la amistad atraerá a ambos hasta juntarlos. Sólo el egoísmo puede destruir este magnetismo que existe dentro de nosotros. Aquel que no piensa más que en sí mismo hace zozobrar la amistad. Tales personas no pueden atraer amigos, pues son incapaces de expandir y recibir el bien que existe en la vida.
Dios te ha dado una familia para que aprendas a amar a otros y llegues después a ofrecer esa clase de amor a todos. La muerte y otras circunstancias de la vida nos arrebatan a los seres queridos para que aprendamos a no amar a las personas solamente en las relaciones humanas, sino que nos enamoremos del Amor Mismo, que es Dios, el Ser que se oculta detrás de todos los disfraces humanos. «Cuando un hombre contempla a todos los seres individuales como existentes en el Uno, que ha expandido su Ser en muchos, se funde con Brahmán».
La amistad consiste en ofrecer tu amor allí donde no exista el prejuicio de las relaciones humanas. En la vida matrimonial, por ejemplo, existe la compulsión del sexo, y en la vida de familia existe la compulsión de los instintos hereditarios. En la amistad, en cambio, no existe compulsión alguna.
Brindemos nuestro amor a todos. Oremos para poder encontrar a nuestros amigos del pasado y demostrarnos nuestra amistad, de modo que podamos finalmente entender y merecer la amistad de Dios. No nos uniremos con Dios a menos que estemos unidos con todos sus hijos en un espíritu de amistad.

No existen extraños. ¡Qué sentimiento supremo de felicidad y gozo! Aun el peor enemigo es incapaz de hacernos sentir que no soy su amigo. Cuando alcanzas esta comprensión, sientes amor por todos; llegas a ver que cada ser humano es hijo del Padre Celestial, y que el amor que sientes por todos los seres nunca muere, sino que crece y se expande hasta que, en el amor de los amigos, tomas plena conciencia del infinito amor de Dios.

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