La amistad es la más noble expresión humana del deseo
que tiene Dios de demostrar su amor al hombre. Dios derrama su afecto sobre el
bebé a través del cariño del padre y de la madre. La ternura que sienten por el
pequeño es innata, ya que El Creador ha dispuesto que nuestros padres no puedan
menos que amarnos. El sentimiento de amistad, en cambio, se experimenta como
una expresión libre e imparcial del amor de Dios.
Dos desconocidos se encuentran y, por una decisión instantánea de sus corazones, desean ayudarse el
uno al otro. ¿Haz analizado alguna vez cómo sucede esto? El deseo mutuo espontáneo
de ser amigos proviene directamente de la ley divina de atracción; los
reiterados actos de mutua amistad entre dos almas, en vidas pasadas, van creando un vínculo
kármico que las atrae de manera irresistible en esta vida.
En tanto no se contamine con el egoísmo o la
atracción por el sexo opuesto, el impulso de la amistad permanece puro. Sin
embargo, con frecuencia se contamina. La amistad crece en el árbol de nuestros
sentimientos más íntimos, y es profanada por los malos deseos y las acciones
egoístas. Si ponemos un fertilizante inadecuado en las raíces de un árbol, el
fruto que producirá será pobre; de la misma manera, cuando alimentas el árbol
de los sentimientos humanos con la emoción del egoísmo, tus motivaciones
indignas desmerecerán el fruto de la amistad Sentir interés por alguien sólo
porque es rico o influyente y porque puede hacer algo por ti no es verdadera
amistad. Y sentirse atraído hacia alguien porque tiene un hermoso rostro
tampoco es verdadera amistad;
cuando ese rostro pierda su atractivo juvenil, la «amistad» se desvanecerá.
Cultiva las
amistades del pasado
Es cierto que no se puede encontrar la amistad en
todas partes. Hay personas a las que ves todos los días y jamás llegas a conocer
y hay otras, en cambio, a las que te parece haber conocidas desde siempre. Debes aprender a identificar esta señal
interior. Dondequiera que te encuentres, mantén los ojos abiertos, y cuando
sientas atracción
espiritual por alguien, cultiva su amistad, pues esa persona ha sido tu amiga
en alguna vida anterior. Tenemos muchos amigos a quienes hemos conocido en vidas
pasadas; sin embargo, esas
amistades no han llegado aún a ser perfectas. Es preferible comenzar a edificar
sobre los cimientos ya i Maldecidos que cavar nuevos cimientos en las arenas de
las reía iones pasajeras. Es fácil creer que se tienen muchos amigos, hasta que éstos te hieren, causándote una profunda
desilusión.
Son muchas las personas que cometen errores al
escoger amigos, engañadas por las apariencias externas. La única manera de
reconocer a los amigos verdaderos es meditar más. Debes tratar de encontrar
amigos de un modo divino, esto es, eliminando de tu conciencia la idea de que
el rostro o cualquier otro aspecto externo
son los factores que han de determinar tu sentimiento hacia los demás. Si
sigues esta norma, algún día serás capaz de descubrir amigos auténticos en
todas partes. Sentirás la amistad de Dios a través de aquellos canales humanos
que son humildes y no le oponen resistencia. A través de los puros de corazón la divina luz de la amistad
fluirá hacia ti.
Si quieres hacer
amigos, perfecciona tu carácter
No podrás atraer auténticos amigos a no ser que
elimines de tu carácter el estigma del egoísmo y otras cualidades ingratas. El
arte supremo de hacer amigos consiste en poner de manifiesto en tu conducta las
cualidades divinas —espiritualidad, pureza, generosidad— y comenzar a construir
la amistad sobre los cimientos que has establecido previamente en una vida
pasada.
La amistad debe estar presente en todas las
relaciones humanas: entre padres e hijos, entre esposo y esposa, entre hombres,
entre mujeres, y entre hombres y mujeres. La amistad es incondicional. Cuando
experimentas el impulso de ofrecer tu amistad a otros, estás en verdad
sintiendo la presencia de Dios. La amistad es un impulso divino. Dios no se
contenta con cuidar de sus hijos humanos bajo el disfraz de los padres y otros
familiares. Él asume también la forma de nuestros amigos, para darnos así la
oportunidad de expresar el amor incondicional de nuestro corazón.
A medida que desaparezcan de tu vida los defectos humanos
y se desarrollen las cualidades divinas, tendrás más amigos. ¿No fue Jesús
acaso un gran amigo de todos, al igual que Buda y
Krishna? Para emularlos, debes perfeccionar tu amor al prójimo.
Cuando puedas convencer a los demás de tu amistad y cuando estés seguro,
mediante las pruebas del tiempo y de las experiencias compartidas, de que una
persona realmente te quiere de corazón y tú sientes lo mismo por ella —sin
buscar el provecho propio, movidos ambos, tan sólo por el divino impulso de la
amistad—, podrás ver en esa relación el reflejo de Dios.
Ofrece tu amistad a todos, como lo hace Dios
No limites tu amistad a una sola persona, sino que
trata de establecer gradualmente esa relación divina con otras personas que
posean nobles ideales. Si cultivas la amistad de quienes son malintencionados
cosecharás la desilusión. Comienza por ofrecer tu amistad a aquellos que son verdaderamente
buenos; extiéndela luego a otros en forma progresiva, hasta que llegues a sentir
amistad por todos los seres humanos y puedas decir: «Soy amigo de todos,
incluso de mis enemigos». Jesús sintió sólo amistad hacia quienes le estaban crucificando,
dando así ejemplo, en su severa prueba final, de lo que siempre había enseñado
«... Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los
que os maldicen, rogad por los que os difamen»
La verdadera amistad es amor divino, puesto que es
in condicional, auténtica y duradera. Emerson expresó bellamente este ideal en
uno de sus ensayos: «El acuerdo supremo que podemos hacer con nuestro prójimo
es el siguiente: «¡Que la verdad reine siempre entre nosotros!». [...] Es algo
sublime sentir y poder decir de otra persona: no necesito verle, ni hablarle,
ni escribirle, y no necesitamos reforzar nuestra relación, ni enviarnos
recuerdos, confío en él como en mí mismo; si hizo esto o aquello, sé que obró
bien». Con un amigo podemos hablar libremente, sin que existan malentendidos.
Pero la amistad nunca podrá desarrollarse si existe el menor indicio de
imposición del uno hacia el otro. La amistad sólo puede construirse sobre la
base de la libertad y la igualdad espiritual. Debemos, pues, tratar a todos
desde esa divina perspectiva, con la conciencia de que cada individuo es una
imagen de Dios. Si tratas mal a alguien nunca podrás ser en verdad su amigo.
Muchas personas transitan por la vida sin amigos.
No imagino cómo pueden vivir así. Un auténtico amigo rara vez nos malinterpreta
o, si esto llega a suceder, no lo hace por mucho tiempo. Si alguien se
aprovecha de tu confianza, continúa de todos modos prodigándole amor y
comprensión, como desearías que lo hiciera contigo. Y si esa persona persiste
en actuar con despecho, golpeando la mano amistosa que le tiendes, es mejor que
retires tu mano por algún tiempo.
La amistad universal
comienza en el hogar
La amistad debe comenzar en el propio hogar. Si
congenias especialmente con algún miembro de tu familia, comienza por cultivar
su amistad. Luego, si te sientes atraído hacia alguien conocido que comparte
tus ideales, trata de fomentar esa relación. Elimina todo deseo nacido del
egoísmo o de la compulsión sexual. Al ofrecer una amistad pura, verás que es
Dios quien te guía. Cultiva la amistad de gente buena; cuanto más medites,
mayor será tu capacidad para reconocer amistades del pasado. La meditación
despierta «dormidos recuerdos de amigos que han de serlo una vez más».
La amistad es una gran fuerza universal. Cuando tu
anhelo de amistad es lo suficientemente poderoso, aun cuando persona
desconocida que está en sintonía espiritual contigo va en el Polo Sur, el
magnetismo de la amistad atraerá a ambos hasta juntarlos. Sólo el egoísmo puede
destruir este magnetismo que existe dentro de nosotros. Aquel que no piensa más
que en sí mismo hace zozobrar la amistad. Tales personas no pueden atraer
amigos, pues son incapaces de expandir y recibir el bien que existe en la vida.
Dios te ha dado una familia para que aprendas a amar
a otros y llegues después a ofrecer esa clase de amor a todos. La muerte y
otras circunstancias de la vida nos arrebatan a los seres queridos para que
aprendamos a no amar a las personas solamente en las relaciones humanas, sino
que nos enamoremos del Amor Mismo, que es Dios, el Ser que se oculta detrás de todos
los disfraces humanos. «Cuando un hombre contempla
a todos los seres individuales como existentes en el Uno, que ha expandido su
Ser en muchos, se funde con Brahmán».
La amistad consiste en ofrecer tu amor allí donde
no exista el prejuicio de las relaciones humanas. En la vida matrimonial, por
ejemplo, existe la compulsión del sexo, y en la vida de familia existe la
compulsión de los instintos hereditarios. En la amistad, en cambio, no existe compulsión
alguna.
Brindemos nuestro amor a todos. Oremos para poder
encontrar a nuestros amigos del pasado y demostrarnos nuestra amistad, de modo
que podamos finalmente entender y merecer la amistad de Dios. No nos uniremos
con Dios a menos que estemos unidos con todos sus hijos en un espíritu de
amistad.
No existen extraños. ¡Qué sentimiento supremo de
felicidad y gozo! Aun el peor enemigo es incapaz de hacernos sentir que no soy
su amigo. Cuando alcanzas esta comprensión, sientes amor por todos; llegas a
ver que cada ser humano es hijo del Padre Celestial, y que el amor que sientes
por todos los seres nunca muere, sino que crece y se expande hasta que, en el
amor de los amigos, tomas plena conciencia del infinito amor de Dios.
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