Cada día
afirma lo que deseas en la vida. Dilo como si ya lo tuvieras.
La ley de la mente
Existe la ley de la gravedad, así como varias otras
leyes físicas cuyo funcionamiento no comprendo. Hay leyes espirituales, como la
de causa y efecto: «Lo que das se te devuelve». También hay una ley de la
mente. No sé cómo funciona, del mismo modo que tampoco sé cómo funciona la
electricidad. Sólo sé que cuando acciono el interruptor se enciende la luz.
Cuando tenemos una idea o
cuando pronunciamos una palabra o una frase, de alguna manera salen de nosotros
convertidas en una ley de la mente y nos vienen de vuelta convertidas en
experiencias.
Ahora estamos comenzando a
aprender la correlación entre lo mental y lo físico. Estamos comenzando a
entender cómo funciona la mente y que nuestros pensamientos son creativos. Los
pensamientos pasan con mucha rapidez por nuestra mente, por lo cual es
sumamente difícil darles forma. La boca, por su parte, es más lenta. De modo
que si empezamos a dirigir nuestra forma de hablar, escuchando lo que decimos y
no dejando que salgan de nuestra boca palabras negativas, podremos ir dando
otra forma a nuestros pensamientos.
La palabra hablada tiene un
poder enorme, y muchos de nosotros no nos damos realmente cuenta de su
importancia. Consideremos las palabras como los cimientos de lo que creamos
continuamente en nuestra vida. Todo el tiempo estamos utilizando palabras; sin
embargo, a veces no pasan de ser un balbuceo, porque en realidad no pensamos lo
que decimos ni cómo lo decimos. Prestamos muy poca atención a la elección de
nuestras palabras. De hecho, la mayoría de nosotros suele hablar en términos
negativos.
Cuando éramos pequeños se nos
enseñó gramática. Nos enseñaron a seleccionar las palabras según las reglas
gramaticales. Sin embargo, éstas cambian constantemente, lo que era impropio en
una época es correcto en otra, y viceversa. Palabras que antes se consideraban
vulgares e inaceptables actualmente son de uso común. Pero la gramática no toma
en cuenta el significado de las palabras ni la forma en que influyen en nuestra
vida.
Se nos enseñó que nuestra
elección de palabras tuviera algo que ver con lo que iba a experimentar en
nuestra vida. Nadie nos enseñó que nuestros pensamientos eran creativos, ni que
podían literalmente conformar nuestra vida. Nadie nos dijo que lo que yo daba
en forma de palabras volvería a mí en forma de experiencias. El objetivo de la
regla de oro es enseñarnos una ley de vida muy elemental: «Haz a los demás lo que deseas que te hagan a ti». Lo que damos se
nos devuelve. Esto nunca tuvo por finalidad hacernos sentir culpables. Nadie
jamás nos dijo que yo era digno de amor o que merecía el bien. Y nadie nos
enseñó que la vida estaba ahí para apoyarme.
Cuando éramos niños
connuestros compañeros solíamos insultarnos y decirnos cosas muy crueles e
hirientes, y nos tratábamos mutuamente con desdén. ¿Pero por qué hacíamos eso?
¿Dónde habíamos aprendido ese comportamiento? Veamos lo que se nos enseñaba. A
muchos de nosotros nuestros padres nos repetían una y otra vez que éramos
estúpidos, bobos, perezosos e inútiles. Éramos una molestia y no valíamos lo
suficiente. Más de algún pequeño escuchó a sus padres lamentarse y decir que
ojalá no hubiera nacido. Tal vez nos encogimos asustados al escuchar esas
palabras, pero no comprendimos lo profundamente clavados que quedarían al dolor
y la herida.
Cómo cambiar el diálogo interno
Demasiado a menudo aceptamos los primeros mensajes que
recibimos de nuestros padres. Escuchamos cómo nos decían «Cómete las
espinacas», «Limpia tu cuarto» o «Haz tu cama», e interpretamos que debíamos
hacerlo para que nos amaran. Entendimos que sólo éramos aceptables si hacíamos
ciertas cosas-, que la aceptación y el amor eran condicionales. Sin embargo, se
trataba del concepto de otra persona sobre lo que era digno, y no tenía nada
que ver con nuestro propio y profundo valor personal. Nos quedó la idea de que
sólo podíamos existir si hacíamos esas cosas para agradar a los demás; de otra
forma no teníamos ni siquiera el permiso para existir.
Estos primeros mensajes contribuyen
a configurar lo que se llama diálogo interno, es decir, la forma en que nos
hablamos a nosotros mismos. El diálogo interno es muy importante, porque
constituye la base de nuestras palabras habladas, crea el ambiente mental según
el cual vamos a actuar y determina la clase de experiencias que atraeremos. Si
nos despreciamos o subvaloramos, la vida va a significar muy poco para
nosotros. En cambio, si nos amamos y valoramos, entonces la vida puede ser un
don precioso, un maravilloso regalo.
Si somos desdichados o nos
sentimos frustrados o insatisfechos, es muy fácil echar la culpa a nuestros
padres o a los demás. Sin embargo, cuando lo hacemos, nos quedamos atascados en
esa situación, en nuestros problemas o frustraciones. Las palabras de culpa no
nos proporcionan libertad. Recuérdalo, hay poder en nuestras palabras. Lo
repito, nuestro poder proviene de hacernos responsables de nuestra vida. Ya sé
que eso de ser responsable de nuestra propia vida suena un poco intimidante,
pero es que en realidad lo somos, tanto si lo aceptamos como si no. Y para ser
verdaderamente responsables de nuestra vida, tenemos que hacernos responsables
de nuestra boca. Las palabras y frases que decimos son una prolongación de
nuestros pensamientos.
Empieza a prestar atención a
lo que dices. Si pronuncias palabras negativas o limitadoras, cámbialas. Cuando
escuches alguna historia o anécdota negativa, no vayas por ahí contándosela a
todo el mundo. Creo que ya ha ido demasiado lejos y dejo que se vaya. En
cambio, si escucho una historia positiva se la cuento a todo el mundo.
Cuando estés con otras
personas, presta atención a lo que dicen y a cómo lo dicen. Trata de relacionar
lo que dicen con lo que están experimentando en su vida. Muchísima gente vive a
base de «debería». Cuando escucho la palabra «debería», es como si sonara una
campanilla en mi oído. Hay personas a las que se les escucha decir, y con
frecuencia, hasta más de diez veces en un solo párrafo. Estas mismas personas
no se explican por qué su vida es tan rígida ni por qué no logran cambiar su
situación. Desean controlar cosas que no pueden controlar. Entonces, o bien se
culpan a sí mismas o culpan a otra persona. Y después se preguntan por qué no
llevan una vida de libertad.
También podemos eliminar la
expresión «tengo que» de nuestro vocabulario y de nuestro pensamiento. Cuando
lo hagamos, liberaremos todas las presiones que nos autoimponemos. Nos creamos
enormes presiones cuando decimos: «Tengo que ir a trabajar. Tengo que hacer
esto. Tengo que... Tengo que...». En su lugar comencemos a decir: «Elijo...».
«Elijo ir al trabajo porque me da dinero para pagar el alquiler». «Elijo» da
una perspectiva totalmente diferente a nuestra vida. Todo lo que hacemos es por
elección, incluso aunque no lo parezca.
Muchas personas usamos también
la palabra «pero». Hacemos una afirmación y luego añadimos «pero», lo cual nos
orienta en dos direcciones diferentes. Nos enviamos mensajes contradictorios.
La próxima vez que hables presta atención al uso que haces de la palabra
«pero».
Otra expresión a la que
tenemos que prestar atención es «no olvides». Estamos habituados a decir: «No
olvides esto o aquello». Y, ¿qué pasa? Que lo olvidamos. Lo que de verdad
necesitamos es recordar, no olvidar, de modo que podemos comenzar a emplear la
expresión «por favor, recuerda» en lugar de «no olvides».
Cuando te despiertas por la
mañana, ¿maldices el hecho de tener que ir a trabajar? ¿Te quejas del tiempo?
¿Te quejas de que te duele la cabeza o la espalda? ¿Qué es lo que piensas o
dices en segundo y tercer lugar? ¿Les chillas a tus hijos para que se levanten?
La mayoría de las personas dicen más o menos las mismas cosas cada mañana. ¿Cómo
hace que empiece tu día lo que dices? ¿Es un comienzo positivo, alegre y
maravilloso? ¿O es malhumorado y crítico? Si te lamentas, gruñes y maldices,
esas son las bases que sentarás para ese día.
¿Cuáles son tus últimos
pensamientos antes de dormirte? ¿Son potentes pensamientos curativos, o son de
inquietud por tu pobreza? Los pensamientos de pobreza no sólo se refieren a la
escasez de dinero; son formas negativas de ver cualquier aspecto de tu vida,
cualquier cosa que no fluye libremente en tu vida. ¿Te preocupa el mañana? Le
algo positivo antes de dormirte. Se consciente de que mientras duermes haces
muchísima limpieza que te prepara para el día siguiente.
Resulta muy útil traspasar al
sueño los problemas o interrogantes que tengas. Comprende que tus sueños te
ayudarán a resolver cualquier cosa que suceda en tu vida.
Eres la única persona que
puede pensar en tu mente, así como tú eres la única persona que puede pensar en
la tuya. Nadie nos puede obligar a pensar de forma diferente. Nosotros
escogemos nuestros pensamientos, que constituyen la base de nuestro «diálogo
interno». A medida que vayas comprobando cómo funciona cada vez más en tu vida
este proceso, vives más de acuerdo con los demás. Vigila de verdad tus palabras
y pensamientos y a cada momento perdónate por no ser perfecto. En lugar de
luchar por ser una persona excelente que fuera aceptable a los ojos de los
demás, date permiso para ser tú mismo. Confía en la vida y considérala como un lugar acogedor, te vas a
sentí más ligero. Tu humor se hice menos mordaz y más auténticamente divertido.
Trabaja para liberar toda crítica y todo juicio de ti misma y de los demás. Deja
de contar historias catastróficas. Somos tan rápidos para propagar las malas
noticias... Es francamente increíble. Deja de leer los periódicos y renuncia al
telediario de la noche, porque toda la información que dan se refiere a
desastres y violencia y contiene muy pocas buenas noticias. Date cuenta de que
la mayoría de la gente en realidad no desea escuchar buenas noticias. Les encanta
escuchar malas noticias, para tener algo de qué quejarse. Son demasiadas las
personas que cuentan una y otra vez las mismas historias negativas hasta
convencerse de que sólo existe el mal en el mundo.
Cuando enfermes decide
abandonar todo chismorreo. Con gran sorpresa descubres que ya no tienes nada
que decirle a nadie. Te das cuenta de que cada vez que te encontrabas con algún
amigo, inmediatamente te ponías a comentar con él el último chisme o trapo
sucio. Finalmente vas descubrir que hay otras formas de conversar, aunque éste
no es un hábito fácil de romper. De todas maneras, si murmuras de otras
personas, lo más probable es que éstas hacen lo mismo contigo, pues lo que
damos lo recibimos de vuelta.
Comienza a tratar con más y
más personas y a escuchar lo que dicen. Empieza a prestar atención a las
palabras, no sólo al tema general. Después de diez minutos, generalmente sabes
con exactitud la causa de su problema, porque escuchas las palabras que
utilizan. Sus palabras contribuyen a crear y agravar su problema. Si al hablar
emplea palabras negativas, ¿te imaginas cómo debía ser su «diálogo interno»?
Evidentemente, la programación negativa es la que domina: los pensamientos de
pobreza.
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