Navegar sin naufragar por el
mundo de las emociones requiere una brújula. Porque no basta con amar: hay que
amar de forma incondicional. No basta con escuchar: hay que escuchar
atentamente. No basta con llorar: hay que aprender a superar el dolor. No basta
con intentar resolver los problemas de quienes amamos: hay que ayudarles a
responsabilizarse y a sobreponerse a los obstáculos. Cuando necesitan una
solución no basta con darles nuestra solución: debemos ayudarles a encontrar sus
propias soluciones. Si tenemos hijos, no basta con alumbrarles y proyectar en
ellos nuestras esperanzas. Necesitan que les eduquemos con amor incondicional y
un día, cuando ellos sientan que están preparados para enfrentarse solos a la
vida, les dejemos ir en libertad. Para seguir nuestro propio camino, sin miedo.
Sin embargo, nada de esto
responde a la forma posesiva de amar de los seres humanos, ni al sentido
instintivo de protección de los padres, ni a nuestro miedo visceral al cambio,
ni a capacidad innata alguna que nos permitiera, en un mundo ideal, reconocer y
sanar nuestras propias heridas emocionales. Requiere, en cambio, adquirir una
serie de destrezas. Estas destrezas resultan muy eficaces de cara a nuestras
relaciones con los demás, a nuestra felicidad personal y a la educación de
nuestros hijos. Sería más sencillo si estas destrezas fueran innatas. Sin
embargo, no lo son, porque evolutivamente sólo estábamos diseñados para cumplir
ciertas funciones básicas: bastaba con alumbrar al hijo; con quedarse a su lado
hasta que pudiese valerse por sí mismo; con satisfacer sus necesidades físicas,
porque las emocionales quedaban abrumadas por la presión por sobrevivir. La
vida antaño era más corta y se invertía muy poco en el mantenimiento de las
estructuras básicas. Amar era, por encima de todo, proteger a los suyos de los
peligros del mundo exterior. Vivir era, por encima de todo, sobrevivir.
Éste no es el mundo al que nos
enfrentamos ni al que se enfrentan nuestros hijos. A lo largo de los siglos nos
habíamos esforzado en domar las emociones, en encerrarlas en sistemas de vida
ordenados y represivos. Pero no existen ya las estructuras fuertemente
jerarquizadas de la Iglesia y de la sociedad, aquellas que nos hubiesen
indicado, hasta hace muy poco, qué lugar ocupar y qué papel desempeñar en el
mundo. Ante su dictado sólo cabía resignarse o rebelarse. En este sentido las
opciones de vida eran más sencillas. Hoy vivimos en un mundo que nos abruma con
tentaciones y decisiones múltiples y tenemos que decidir en soledad, sin
referentes claros, quiénes somos y por qué nos merece la pena vivir y luchar. A
caballo entre un mundo virtual y real tenemos que asumir que las decisiones que
tomamos de cara a los demás provocan efectos duraderos. No podemos escondernos tras
la ignorancia, porque hoy en día sabemos que la violencia engendra violencia,
que el odio se multiplica como las ondas de una piedra que golpea el agua. Si
pegamos a nuestros hijos, probablemente ellos pegarán a sus hijos. Si les
educamos sin desarrollar su autoestima, dejarán que los demás les maltraten. Si
les damos nuestro amor de forma condicional, sólo sabrán amar esperando algo a
cambio. Amplificarán en cada generación el dolor y la ignorancia heredados.
como bajo la música porfi no encuentro la manera o donde un beso gracias
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