Relajación y distensión física y mental: La Meditación abre un
espacio de consciencia donde la tensión física y mental es percibida, liberada
y reintegrada. Un espacio que se traduce en una atención cada vez más plena y
enfocada en las sensaciones presentes, lo que garantiza que el cuerpo utilice
la cantidad de energía estrictamente necesaria, no sólo para que permanezca
sentado mientras medita, sino también para que realice, sin dificultades,
las
tareas físicas diarias. Dicho en otras palabras, la Meditación reeduca al cuerpo,
llevando a cabo una reorquestación energética que elimina los malos hábitos de
la tensión física y los sobreesfuerzos innecesarios que solemos asumir desde
una etapa excesivamente temprana de la vida, además de procurar una mayor
consciencia corporal. En efecto, el meditador está cada vez más en armonía con
su cuerpo, hasta el punto de ser consciente de la tensión y liberarla.
Más consciencia sobre los
procesos de pensamiento y comportamiento: El meditador es cada vez más
consciente de sus procesos mentales, pero sin estar atado a los pensamientos.
De este modo, las ideas ingratas no consiguen preocupar, inquietar o perturbar
tanto la mente del meditador. Eso no significa que el meditador pueda ni deba
interrumpir a su antojo los pensamientos o ideas indeseables, sino que gracias
al espacio de consciencia cada vez más presente en la experiencia los
pensamientos pierden fuelle. Cada vez aparecen menos pensamientos y los que
aparecen son cada vez más funcionales y adaptados a la situación presente.
Serenidad y contento interior creciente y capacidad para superar el
estrés: Al igual que los pensamientos dejan de tener poder para dominar al
meditador, lo mismo sucede con las emociones. La persona puede sentir tristeza
o enfado, pero tal y como sucede con las ideas, esas emociones emergen y se
expresan en un espacio de no afectación, desvaneciéndose a su propio ritmo al
no ser rechazadas por el meditador, el cual, a pesar de ellas, experimenta una
poderosa sensación de paz y tranquilidad interior.
Desarrollo de la consciencia: La consciencia consiste en la
capacidad para darse cuenta de lo que sucede tanto internamente como a nuestro
alrededor, y de enfocar la atención de una cosa a otra tan pronto como hace su
aparición, en lugar de distraerse con los pensamientos y diálogos interiores a
cada momento, como si estuviésemos soñando despiertos.
Fomento del auto-conocimiento: Si nos preguntaran si nos conocemos
a nosotros mismos, generalmente responderíamos que sí. Pero, en realidad, la
mayoría de nosotros somos unos perfectos ignorantes del funcionamiento de
nuestra propia mente. Tendemos a vivir en la superficie de nuestra vida
interior, y sólo tenemos presente los pensamientos superficiales, ignorando lo
que pasa en los niveles más profundos del sentir que motivan y generan dichos
pensamientos. El conocimiento vivencial de estos movimientos internos favorece
su liberación y reintegración y solo así la raíz del sufrimiento psicológico es
disuelta en su fuente.
Desarrollo del pensamiento creativo: La creatividad implica acceder
o abrirse a los niveles más profundos de la experiencia, donde se abre espacio
para que lo nuevo pueda emerger. De ahí brotan los pensamientos originales.
Cuanto más sosegada esté la mente consciente, más facilidad para que dichos
niveles afloren.
Fomento del desarrollo espiritual: No hace falta ser religioso o
estar interesado en la religión para reconocer el valor intrínseco de la
meditación, a pesar de que, en muchas de las tradiciones religiosas del mundo,
ésta es inseparable del desarrollo espiritual. Por el momento, no es necesario
añadir nada más sobre esta cuestión, salvo que para todos los practicantes,
cualesquiera que sean sus creencias religiosas, la meditación les puede ofrecer
una nueva forma de experimentarse a sí mismo y por tanto una nueva perspectiva
desde la que percibir el mundo. Una vía en la que la interdependencia de todas
las cosas se transforma en una experiencia vívida, y en la que los sentimientos
de compasión y de amor hacia el prójimo se convierten en una parte integral de
la visión del entorno.
Salud y bienestar general: Además de estos beneficios psicológicos
y espirituales, la meditación también es provechosa en términos de salud.
Aunque varía de una persona a otra, en general se puede incluir el descenso de
la tensión arterial, el descenso del ritmo cardíaco, y otros muchos beneficios
derivados de la relajación y del descenso de los niveles de estrés.
Estos beneficios no sólo actúan
durante la práctica concreta de la meditación, sino que se extienden a la vida
diaria. Habitualmente, los meditadores se sienten más tranquilos, serenos,
confiados y contentos, y menos propensos a la ansiedad, al pensamiento
innecesario y a las emociones negativas, así como más capacitados para afrontar
los desafíos y las tensiones propias de la vida. Por otro lado, al tener en
orden sus ideas en la mente gracias a las prácticas de meditación que han
realizado antes de ejecutar cualquier tarea que exige un esfuerzo, muchas veces
son capaces de hacerla de un modo más satisfactorio, eficiente y con menos
presión.
La meditación no es algo que sólo
se pueda hacer sentado en un almohadón con las piernas cruzadas, sino que
también se puede meditar tumbado, de pie o sentado en una silla. La actitud es
mucho más importante que la posición del cuerpo, aunque estar sentado con la
espalda recta ayuda a enfocar la atención en las sensaciones y la atención
constituye una parte fundamental de la meditación. Por otra parte, la
meditación tampoco es algo que sólo se pueda realizar en el silencio y la
intimidad del dormitorio. En realidad, se puede meditar prácticamente en
cualquier parte (en un tren, esperando el autobús, antes de asistir a una
reunión o a una entrevista, en el baño,…) y en cualquier momento del día.
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