Hace ya mucho tiempo, en la
antigua China, había un mendigo que pasaba sus días en las calles, mendigando
algunas monedas a la gente que pasaba a su lado. Un día, tuvo la suerte de
encontrarse con un hombre rico que se compadeció de él y decidió ayudarle.
Viendo que estaba muy hambriento,
el rico invitó al mendigo a su gran mansión, donde ordenó que le prepararan una
comida similar a la que ofrecería a cualquiera de sus amigos, con ricos
manjares y abundante vino para acompañarlos.
Después de la copiosa comida, el
mendigo se quedó dormido.
El hombre rico pensó que lo que
realmente necesitaba este hombre no era llenar su estómago un día para volver
de nuevo a la calle después, sino un medio para salir para siempre de la
miseria en que se encontraba. Así que escogió una de su perlas más valiosas y
la introdujo en el bolsillo del mendigo mientras éste dormía.
Dado que no quería que el mendigo
le diera las gracias, prefirió no decirle nada, esperando que el mendigo
descubriera la perla por sí solo y la usara para crear un negocio con el que
ganarse la vida.
Cuando el mendigo despertó de su
sueño, dio las gracias al rico y siguió su camino.
Al cabo de tres años, uno de los
sirvientes del hombre rico le dijo que había un visitante que preguntaba por él
en la entrada. Cuando el rico se acercó, se encontró cara a cara con el
mendigo. Su sorpresa fue tremenda al ver que el pobre hombre parecía todavía
más pobre que la última vez que lo vio. Cuando le preguntó qué había sido de él
desde entonces, el mendigo respondió: "Más o menos lo mismo; mendigando en
las calles cada día.
Es difícil, pero logro
sobrevivir".
"¿Pero qué paso con la
perla?", preguntó el rico estupefacto. "¿Qué hiciste con ella?"
"¿Qué perla?",
respondió el mendigo confuso.
Entonces el hombre rico le
explicó al mendigo lo que había hecho y señaló el bolsillo donde había puesto
la perla. Cuando el mendigo metió la mano en él y hurgó para ver lo que había
en su interior, ahí estaba todavía la perla que había llevado consigo durante
tres duros años sin saberlo. "Nunca uso ese bolsillo", dijo el
mendigo, "puesto que no tengo nada que guardar en él".
Pero esta historia no habla de
pobres y ricos, sino que es una metáfora que nos habla de algo más profundo.
Igual que el mendigo al salir de la mansión del hombre rico, tú también
empiezas tu camino en la vida sin ser consciente de las riquezas que guardas en
tu interior, que ya posees y te pertenecen. Te mueves por las calles de la vida
como el mendigo, buscando cosas del exterior que satisfagan tus necesidades del
momento o te hagan pasar un buen rato, sin ser consciente de que tienes algo
especial en tu "bolsillo" y, posiblemente, sin ni siquiera mirar en
su interior.
El mendigo nunca metió la mano en
su bolsillo porque suponía que no había nada en él.
A menudo nos centramos
exclusivamente en lo que no tenemos y deseamos tener, en lo que queremos ser
pero no somos, en lo que querríamos hacer pero no sabemos o podemos hacer, en
vez de buscar en nuestro interior para descubrir las riquezas que ya poseemos y
que podemos usar para hacernos una vida mejor y más satisfactoria.
Por este motivo, muchas personas
caminan por la vida a un nivel muy por debajo de su verdadero (y desconocido)
potencial.
Cuando el hombre rico le habla al
mendigo de la perla, algo en su mente se ilumina, se da cuenta de la verdad y
es entonces cuando comprende que lo que no encuentres primero en tu interior no
lo encontrarás en ninguna parte.
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