Aunque todas las personas nacemos
con la capacidad para ser empáticos, la empatía es algo que también debe
enseñarse a los hijos. Así pues, son las madres y padres y, en general,
cualquier persona que se relacione con los niños, quienes pueden ayudarles a
desarrollar esa capacidad de empatía o, por el contrario, frustrarla creando
niños demasiado centrados en sí mismos.
Los niños que son empáticos no
solo mantienen mejores relaciones con los demás, incluyendo familiares y
amigos, sino que también tienden a rendir mejor en el colegio así como en sus
profesiones al llegar a adultos.
La empatía no implica solamente
ser capaz de saber lo que otro siente o piensa. Al fin y al cabo, una persona
especialmente hábil para detectar lo que piensan y sienten los demás, puede
usar este conocimiento para manipularlos, lo cual no es muy empático. Para
considerar que una persona es empática hace falta también que sea capaz de
entender, valorar y respetar los puntos de vista y emociones de los demás,
aunque sean diferentes a los suyos. Por tanto, es una mezcla de compasión y
capacidad para ponerse en el lugar del otro.
Para empatizar con otra persona
es necesario que los niños entiendan que los demás pueden tener pensamientos y
emociones diferentes a los suyos, así como reconocer que existen emociones que
son comunes a todos; es decir, que todos podemos sentir felicidad, ira,
tristeza, decepción, etc.
Sean capaces de identificar sus
propias emociones y manejarlas sin sentirse superados por ellas.
Aprender ponerse en el lugar del
otro, imaginar lo que sentirían ellos en esa situación y darse cuenta de que la
otra persona puede sentir lo mismo.
Por último, deben saber cuál es
la respuesta más apropiada en una determinada situación para actuar de forma
empática.
Alrededor de los seis meses de
edad, los niños empiezan a mirar a sus padres como referencia para saber cómo
comportarse en distintas situaciones. Por ejemplo, si sus padres reaccionan de
manera amistosa ante una persona que llega a casa, los niños se dan cuenta de
que se trata de una persona en quien pueden confiar.
Entre los 18 y los 24 meses de
edad, los niños empiezan a darse cuenta de que, al igual que ellos tienen sus
propias emociones, pensamientos e ideas, los demás tienen las suyas propias. A
esta edad empiezan también a reconocerse en el espejo y darse cuenta de que son
personas independientes y separadas de los demás.
Aunque alrededor de los dos años
de edad ya se dan en los niños ciertos comportamientos que podrían llamarse
empáticos, como dar su juguete a alguien a quien ve llorar, no es probable que
realmente compartan la emoción de la otra persona. Sobre los cuatro años, los
niños comienzan a asociar sus emociones con los sentimientos de los demás y son
capaces de sentir el dolor que sienten otros. Lo que puede que no hagan muy
bien a esta edad es responder de una manera apropiada ante el dolor ajeno. Por
ejemplo, un niño que ve que otro se ha golpeado y está llorando puede ir a
consolarlo al sentir su dolor, pero otro puede golpearle porque siente el dolor
de otro niño y se siente mal, considerando al otro como la fuente de su
malestar.
A partir de los 5 años, se pueden
usar también situaciones hipotéticas para desarrollar la empatía de los niños.
Y a partir de los ocho años ya son capaces de entender que una persona puede
sentir algo diferente a lo que sentiría él o ella en la misma situación, de
manera que puedes ayudar a tu hijo a desarrollar este aspecto más complejo de
la empatía preguntándole, por ejemplo, que cree que sentirían cada uno de sus
amigos en diversas situaciones (por ejemplo, al hablar en clase, antes de un
examen, si alguien les llama tontos, etc.).
Qué puedes hacer para ayudar a
tus hijos a ser más empáticos
1. Sé empático con tus hijos. Tus hijos te van a observar para ver
cómo reaccionas e imitarán tu comportamiento. Si demuestras al niño o niña que
lo entiendes, sabes reconocer sus necesidades y responder a ellas, muestras
interés en él o ella y en su vida, respetas su personalidad, lo tratas bien y
lo valoras, le estarás enseñando también cómo comportarse con los demás. Los
niños que se sienten queridos y valorados tienden a valorar más a los demás.
Los niños con una vinculación segura con sus padres (que se sienten protegidos,
queridos y piensan que tienen a alguien que estará siempre ahí cuando lo
necesiten), tienden a ser también más empáticos y mantener relaciones más
satisfactorias.
2. Enséñales que ser amable es importante. Si tan solo les enseñas
a tus hijos que lo más importante es que sean felices y que consigan lo que
quieren, podrías estar enseñándoles a ser egoístas. Aunque ser feliz es
importante, también lo es tratar a los demás con amabilidad, ser compasivos y
tolerantes. El mejor modo de enseñarles a ser amable es que lo seas tú con los
demás y con tus propios hijos.
3. Haz que practiquen. Por ejemplo, si tu hija te cuenta que un
compañero de clase es rechazado por los demás, puedes hablar de ese niño, de
cómo se puede estar sintiendo y de cómo debería actuar tu hija en esa situación.
Así, puedes aprovechar las situaciones de la vida diaria, como los problemas
entre hermanos o circunstancias escolares,
para hablar con ellos y enseñarles empatía.
4. Recuerda que la verdadera empatía no se da solo con la gente que
te cae bien. Es más fácil ser empático con personas de tu entorno a quienes
tienes cariño o que comparten tus mismas circunstancias. No obstante, la
verdadera empatía es universal e implica también a personas muy diferentes a
ti, de distintas clases sociales, razas, creencias, etc. Por tanto, habla con
tus hijos sobre los sentimientos de estas otras personas. Por ejemplo, al ver a
un mendigo en la calle, puedes preguntarle a tu hijo qué cree que lo ha llevado
a esa situación, qué puede estar sintiendo y pensando, que cree que desearía,
etc.
5. Ayuda a tus hijos a reconocer, entender y manejar sus propias
emociones. Habla con ellos de lo que sienten, animándoles a reconocer y
describir sus emociones y expresarlas de un modo adecuado. Por ejemplo, si
entra en casa corriendo y se encierra en su habitación dando un portazo, puedes
animarle a que exprese con palabras lo que ha pasado y lo que está sintiendo,
así como a relajarse y buscar soluciones. Si un niño se ve demasiado abrumado
por sus propias emociones, no tendrá energía suficiente para ser empático o
para preocuparse por lo que sienten los demás.
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