En otoño los árboles se tornan de
colores rojizos y día a día van perdiendo sus hojas, que van rodando por las
calles. También para nosotros, seres en proceso de crecimiento, es tiempo de
soltar y dejar caer. Tiempo de desnudarse, como se desnudan los árboles en
otoño, y desprenderse de lo que nos sobra, como las hojas que fluyen en la
corriente de un río. Es momento para la
renovación, de ir hacia la esencia, de dejar morir y abandonar todo lo que nos
pesa, ata y limita. De soltar aquello que nos impide fluir con la vida: los
apegos.
¿A que estoy
apegado? ¿De qué necesito desprenderme? La imagen es soltar, dejar de
retener, abrir la mano y dejar ir. Desprendernos de objetos materiales que
puedan servir a otros. Dejar de aferrarnos a relaciones insanas, dependientes y
dañinas. Soltar nuestro apego a la tristeza, el vicio de la melancolía. Soltar
viejas creencias y resistencias. Soltar ideas locas, esas fijaciones cognitivas
que arrastramos desde la infancia. Soltar y dejar atrás el peso de los
condicionamientos de las relaciones con nuestros padres en la infancia.
Soltar culpas, resentimientos y
rencores. Perdonarse y perdonar. Soltar miedos, esquemas mentales, rutinas,
vicios y malos hábitos. Ejercitar el
desapego. Atrevernos a ser libres, atrevernos a Ser, caminar ligeros de
equipaje, como El Loco, el arcano del Tarot. Perder
el miedo a perder.
La
práctica del desapego nos conduce a la libertad interior.
Son muchas las capas que hay que ir
abandonando para llegar a la esencia. El
camino requiere soltar lastre, ir despojándose de condicionamientos, creencias
y limitaciones, vislumbrar ese lugar de quietud en nuestro interior y quedarse
a vivir en él.
Necesitamos aprender a desprendernos
de lo viejo para abrirnos a lo nuevo, sin embargo, la tendencia es aferrarnos
“con uñas y dientes” a lo familiar y conocido, actitud vital que termina
conduciéndonos inevitablemente al sufrimiento. Cuando tomamos conciencia de la impermanencia inherente a la vida
y la fugacidad de todos los fenómenos, de que lo único que tenemos en realidad
es el ahora, empezamos a ejercitar el desprendimiento como actitud vital
y aprendemos a fluir con los acontecimientos, lo que nos conduce hacia la
auténtica libertad.
El sendero hacia la esencia no pasa
por perfeccionarnos o “mejorarnos” como mucha gente cree, sino en desprenderse
y soltar. El proceso de descubrir
quiénes somos consiste en dejar ir, en abandonar todo aquello que nos impide
Ser. Soltar abriendo la mano, soltar dejando escapar el aire lentamente
diciendo adiós, y sobre todo soltar observando los pensamientos, los patrones
de conducta y todo aquello a lo que estamos apegados, sin lo que, realmente,
podemos vivir. Observar nuestros apegos
una y otra vez, derribar los muros de nuestro ego. Esta práctica es,
junto con la meditación, una buena compañera en el viaje de nuestra vida.
Desde la perspectiva budista, el sufrimiento aparece cuando nos oponemos al
flujo de los acontecimientos, cuando tratamos de aferramos a lo que
inexorablemente se va, ya sean personas, sucesos, objetos o ideas. «Todo fluye», decía el filósofo griego
Heráclito. Puesto que la vida es un cambio continuo y todo es fugaz y
transitorio, es el intento por aferrarnos a una realidad cambiante la causa de
nuestro sufrimiento.
Estamos atrapados por nuestra
personalidad, dominados por viejos hábitos, creencias limitantes,
condicionamientos, miedos y defensas. Nos
liberamos cuando dejamos de identificarnos con el ego, cuando renunciamos a esa
imagen congelada de nosotros mismos, cuando dejamos de aferrarnos a esos
mecanismos reactivos y vamos abandonando las estrategias basadas en el miedo.
Nos identificamos con nuestro ego
para aferrarnos a algo que nos proporcione seguridad ante la angustia
existencial, el devenir de la vida, la muerte. Y ello se debe a que es lo único
que conocemos: hemos olvidado lo que somos en esencia, hemos perdido la
conexión con el alma. Necesitamos escuchar nuestro corazón y nuestra alma. ¿Y qué anhela el alma? Ser en toda su
plenitud, expresarse, expandirse como un Sol luminoso que irradia calor, vida,
energía. Cuando permanecemos ahí nos sentimos completos y somos UNO con
el Todo.
Nuestra esencia es luz, creatividad, amor. Es un Sol
luminoso oscurecido por las capas de condicionamientos que lo envuelven y
aíslan. Somos seres espirituales, compartimos una esencia
común divina, pero nos hemos construido una coraza que nos dificulta el acceso
a ella. Al Ser accedemos estando
presentes en soledad y silencio. El Ser se revela al detenernos, permanecer y
escuchar. Al atravesar esas capas de condicionamientos y traspasar los
límites del yo para ir un poco más allá y más adentro. Cuando se abandona lo que se es para
darse la oportunidad de devenir en aquel que aún no se es.
El Budismo y las diferentes vías
espirituales nos invitan a transitar la
vía del desapego, a soltar y no aferrarnos a nada, a confiar en el fluir
de los acontecimientos. El apego emocional trae consigo inevitablemente temor,
dolor, angustia y soledad pues antes o después todo cambia, se transforma y
desaparece. Sólo en el devenir, en el
constante fluir podemos Ser, vivir y amar plenamente.
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