La mente y la meditación no
pueden coexistir. No hay formas de tener a ambas. O puedes tener mente o puedes
tener meditación, porque la mente es pensamiento y la meditación es silencio.
La mente es buscar la puerta a tientas en la oscuridad. La meditación es ver.
No surge la cuestión de ir a tientas, sabe dónde está la puerta.
La mente
piensa. La meditación sabe.
Esta es la
razón fundamental por la que el hombre no puede volverse meditativo; por la que
muy pocos hombres se han atrevido a volverse meditativos. Nuestra formación es
de la mente. Nuestra educación es para la mente. Nuestras ambiciones, nuestros
deseos, sólo pueden ser satisfechos por la mente. Para llegar a ser presidente
de un país, primer ministro, no tienes que ser meditativo, sino cultivar una
mente muy astuta. Toda la educación es conducida por tus padres, por tu
sociedad, para que puedas satisfacer tus deseos, tus ambiciones. Tú quieres
llegar a ser alguien. La meditación sólo puede convertirte en un nadie.
¿Quién quiere
llegar a ser un nadie?
Todo el mundo
quiere estar más alto en la escalera de las ambiciones. La gente sacrifica toda
su vida para llegar a ser alguien.
Alejandro
estaba llegando a India. Una locura había entrado en su mente: quería conquistar
el mundo entero. Todo el mundo tiene un poco de esa locura, pero él la tenía
toda. Y cuando estaba llegando a India, pasando las fronteras de Grecia,
alguien le dijo: «Tú has preguntando muchas veces por un místico, un hombre muy
extraño, Diógenes. Él vive cerca. Si quieres verle, está a un paso de aquí,
justo al lado del río.»
Diógenes
ciertamente era un tipo de hombre muy extraño. De hecho, si eres un hombre
siempre serás un tipo extraño de hombre, porque serás algo único. Él vivía
desnudo... él era uno de los hombres más hermosos que pudiera haber. Pero
siempre solía llevar en la mano una lámpara encendida; noche y día, no había
ninguna diferencia. Incluso durante el día, a plena luz del sol, cuando
caminaba por las calles, llevaba la lámpara. La gente solía reírse de él, y
solía preguntarle: «¿Para qué llevas esa lámpara, gastando aceite
innecesariamente y haciendo el ridículo?»
Y Diógenes
solía contestar: «Tengo que llevarla, porque estoy buscando al hombre
auténtico, real. Todavía no me he encontrado con él. Me he encontrado con
personas pero todas llevan máscaras, todas son hipócritas.»
Diógenes tenía
un gran sentido del humor. Esa es una de las más importantes cualidades de un
hombre genuinamente religioso. Cuando se estaba muriendo, todavía tenía la
lámpara a su lado. Alguien le preguntó: «Te estás muriendo. Háblanos del hombre
que estabas buscando. Tu vida se está acabando; ¿has conseguido encontrar al
hombre auténtico?»
Él estaba casi
al borde de la muerte, pero abrió los ojos y dijo: «No, no he podido encontrar
un hombre auténtico. Pero estoy feliz porque todavía nadie me ha robado la
lámpara; porque hay ladrones, criminales, toda clase de gentuza, por todas
partes, y yo voy desnudo, soy un hombre desprotegido. Esto me da una gran
esperanza: durante toda mi vida he llevado la lámpara y nadie me la ha robado
todavía. Esto me da la gran esperanza de que algún día nazca el hombre que he
estado buscando; quizá yo haya venido demasiado pronto.» Y murió.
Se habían
contado muchas cosas acerca de él, que Alejandro había escuchado y disfrutado.
Dijo: «Me gustaría ir y encontrarme con él.» Era por la mañana temprano, el sol
estaba apareciendo. Diógenes estaba tumbado sobre una playa de arena en el río,
tomando el sol. Alejandro se sintió un tanto molesto, porque Diógenes estaba
desnudo. También se sintió incómodo porque era la primera vez que alguien
continuaba tumbado delante de él: «Quizá el hombre no sepa quién soy yo.»
Así que dijo:
«Quizá no te des cuenta de la persona que ha venido a verte.» Diógenes se rio.
También solía
tener un perro. Esa era su única compañía. Cuando le preguntaron por qué hizo a
un perro su amigo, él contestó: «Porque no conozco a ningún hombre que sea
digno de ser un amigo.» Miró al perro que estaba a su lado y le dijo: «Escucha
lo que ese estúpido hombre está diciendo. Está diciendo que yo no sé quién es
él. ¿Qué hacer con esta clase de idiotas? Dime.»
Sorprendido...
pero era un hecho. Todavía Alejandro intentó entablar algo de conversación.
Dejó pasar el insulto. Dijo: «Soy Alejandro Magno.»
«Dios mío
-dijo Diógenes mirando al perro-. ¿Has oído? Este hombre cree ser el hombre más
grande del mundo. Y ese es un signo seguro del complejo de inferioridad. Sólo
la gente que sufre de inferioridad pretende ser grande; cuanto mayor sea la
inferioridad, más empiezan a proyectarse a sí mismos más elevados, más grandes,
más importantes.»
Pero
dirigiéndose a Alejandro, dijo: «¿Qué sentido tiene que hayas venido a verme?
Un hombre pobre, un don nadie que vive desnudo, cuya única posesión es una
lámpara, cuyo único compañero en todo el mundo es un perro... ¿Para qué has
venido aquí?»
Alejandro
contestó: «He oído muchos relatos acerca de ti, y ahora puedo ver que todas
esas historias tenían que ser verdad; ciertamente eres un hombre extraño, pero
en cierto sentido inmensamente bello. Yo voy a conquistar el mundo, y he oído
que vivías aquí cerca. No pude resistir la tentación de venir a verte.»
Diógenes dijo:
«Ya me has visto. Ahora no pierdas el tiempo, porque la vida es corta y el
mundo es grande; puede que mueras antes de conquistarlo. Y has considerado
alguna vez... si consigues conquistar este mundo, ¿qué será lo siguiente que
hagas?; porque no hay más mundo que este mundo. Parecerás simplemente estúpido.
Y puedo preguntarte: ¿por qué molestarse tanto en conquistar el mundo? Tú me
llamas extraño a mí, que simplemente estoy tomando el sol. ¿Y tú no crees que
tú mismo seas extraño, tan estúpidamente extraño que vas de camino a conquistar
el mundo? ¿Para qué? ¿Qué harás cuando hayas conquistado el mundo?»
Alejandro
contestó: «Para ser franco contigo, nunca se me había ocurrido. Quizá cuando
haya conquistado el mundo me relaje y descanse.»
Diógenes ve
volvió hacia el perro y dijo: «¿Has oído? Este hombre está loco. Me está viendo
a mí relajándome, descansando, ¡sin conquistar nada! Y él se relajará cuando
haya conquistado el mundo.»
Alejandro se
sintió avergonzado. Era verdad, estaba claro, claro como el agua; si quieres
descansar y relajarte, puedes descansar y relajarte ahora. ¿Por qué posponerlo
para mañana? Y además, lo estás posponiendo para un tiempo indeterminado. Y
mientras tanto tendrás que conquistar el mundo, como si conquistar el mundo
fuera un paso necesario para estar relajado y encontrar una vida descansada.
Alejandro
dijo: «Puedo comprender... ante ti parezco estúpido. ¿Puedo hacer algo por ti?
Realmente me he enamorado de ti. He visto grandes reyes, grandes generales,
pero nunca he visto un hombre con tanto valor como tú, que ni siquiera se ha
movido, que ni siquiera ha dicho "buenos días”. Que no sólo no se ha
preocupado por mí, sino que, además, ¡continúa hablando con su perro! Puedo
hacer cualquier cosa, porque el mundo entero está en mis manos. Tú simplemente
dilo, y yo lo haré por ti.»
Diógenes
replicó: «¿De verdad? Entonces haz una cosa: apártate un poco a un lado, me
estás tapando el sol. Estoy tomando el sol, y tú ni siquiera tienes modales.»
Alejandro lo
recordó constantemente, durante toda su expedición hacia India. Ese hombre le
había cautivado, el que no le pidiera nada. Alejandro pudo haberle dado el
mundo entero simplemente con que se lo hubiera pedido, pero sólo le pidió que
se moviera un poquito a un lado porque estaba impidiendo que el sol llegara a
su cuerpo.
Y cuando se
marchaba, Diógenes le dijo: «Tan sólo recuerda dos cosas, tómalo como un regalo
de Diógenes: una, que nunca antes nadie ha conquistado el mundo. Algo queda
siempre sin conquistar; porque el mundo es multidimensional; no puedes
conquistarlo en todas sus dimensiones con una vida tan corta. Por eso todos aquellos
que han salido a conquistar el mundo han muerto frustrados.
»En segundo
lugar, nunca regresarás a casa. Porque así es como la ambición te va llevando
más y más lejos; te va diciendo: "Tan sólo unas cuantas millas más. Unas
cuantas millas más y habrás conseguido la ambición de tu corazón". Las
personas van cazando alucinaciones, y la vida se les va escurriendo entre los
dedos. Sólo recuerda estas dos cosas como regalo de un hombre pobre, un don
nadie.»
Alejandro le
dio las gracias; aunque la mañana era fresca, estaba transpirando. Ese hombre
era tal... cada cosa que decía te hacía transpirar incluso a la fresca brisa de
una fría mañana, porque acertaba exactamente en las heridas que intentabas
ocultar.
Alejandro
nunca llegó a conquistar el mundo entero. No pudo llegar hasta el final de
India; no alcanzó Japón, China, ni por supuesto Australia y América, que no se
conocían. Regresó desde Punjab. Tenía sólo treinta y tres años, pero la
ambición y la constante batalla le hacían parecer mucho más viejo y cansado,
como un cartucho vacío. Tenía sólo treinta y tres años, en la flor de la
juventud, pero en su mundo interior se había hecho viejo y estaba listo para
morir. De algún modo, quizá en la muerte habría descanso.
Y la sombra de
Diógenes siempre le siguió: «No podrás conquistar el mundo entero.» Regresó, y
antes de llegar a Atenas, su capital, tan sólo a veinticuatro horas...
Algunas veces
pequeños incidentes se vuelven muy simbólicos y significativos. Tan sólo
veinticuatro horas más y por lo menos habría regresado a su capital, su hogar;
no al verdadero hogar al que se refería Diógenes, pero por lo menos a la casa
en la que todos intentamos hacer un hogar.
El hogar está
dentro. Fuera sólo hay casas. Pero ni siquiera pudo alcanzar la casa exterior.
Murió veinticuatro horas antes de alcanzar Atenas.
Una extraña
coincidencia: el día en que Alejandro murió, también murió Diógenes. En la
mitología griega, como en muchas otras mitologías... en la mitología india
sucede lo mismo: antes de entrar en el mundo tienes que cruzar un río, el
Vaitarani. En la mitología griega también tienes que cruzar un río; ese río es
la línea divisoria entre este mundo y el otro mundo.
Hasta ahora,
todo lo que he dicho son hechos históricos. Pero después de la muerte de
Alejandro y Diógenes, esta fábula se hizo predominante en toda Grecia. Es muy
significativa. No puede ser histórica, pero está muy cerca de la verdad. No es
real.
Esa es la
diferencia entre los hechos y la verdad: una cosa puede ser factual, y aun así
no ser verdad; una cosa puede ser no factual, y aun así ser verdad. Una fábula
puede ser tan sólo un mito; no historia, pero tiene una enorme importancia
porque indica la dirección de la verdad.
Se dice que
Diógenes murió cinco minutos después de que muriera Alejandro. Se encontraron
al cruzar el río; Alejandro iba delante, Diógenes venía detrás. Al oír ruido,
Alejandro miró hacia atrás. Fue un encuentro incluso más embarazoso que el
primero, porque por lo menos la otra vez Alejandro no estaba desnudo; esta vez
también él estaba desnudo.
La gente
intenta racionalizar, intenta ocultar su desconcierto. Así que sólo para
ocultar su desconcierto, dijo: «Hola, Diógenes. Quizá esta sea la primera vez
en la historia de la existencia que un gran emperador y un mendigo desnudo
cruzan el río juntos.»
Diógenes
contestó: «Lo es, pero no tienes claro quién es el emperador y quién el
mendigo. El emperador está detrás del mendigo. Tú has desperdiciado tu vida;
¡todavía eres testarudo! ¿Dónde está tu imperio? Yo no he perdido nada porque
no tenía nada, sólo una lámpara. E incluso a ella la encontré a un lado del
camino (no sé de quién es), y al lado del camino la he dejado. Entré en el
mundo desnudo, y vengo del mundo desnudo.»
Eso es lo que
dice Kabir en una de sus canciones: «Jyon ki tion dhari dinhin chadariya.
Kabira jatan se odhi chadariya»: «He utilizado la ropa de la vida con tanto
cuidado y tal consciencia que le he devuelto a Dios su regalo exactamente igual
a como me fue dado.»
Toda la
sociedad (tus padres, tus profesores, tus líderes, tus sacerdotes), todos
quieren que te conviertas en alguien especial, en un Alejandro. Pero si quieres
ser meditativo estarán en contra de ti, porque la meditación significa que le
estás dando la espalda a todas las ambiciones.
Imagínate un
mundo donde la gente fuera meditativa. Sería un mundo simple, pero
tremendamente hermoso. Sería silencioso. No habría crímenes, no habría
juzgados, no habría ninguna clase de políticos. Sería una amorosa hermandad,
una vasta comuna de personas que estén absolutamente satisfechas con ellas
mismas, completamente contentas con ellas mismas. Ni siquiera Alejandro Magno
podría hacerles un regalo.
Si estás
corriendo para conseguir algo fuera de ti mismo, tienes que estar al servicio
de la mente. Si abandonas todas las ambiciones y te interesas más por tu
florecimiento interior, si te interesas más por tu savia interna, para que
pueda fluir y alcanzar a los otros, si te interesas más por el amor, la
compasión, la paz... entonces el hombre será meditativo.
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