El hinduismo sostiene el hecho de
la reencarnación apoyándose en el proceso energético de la ley kármica
causa-efecto. Ésta es una ley cósmica equivalente al hecho de que cualquier
acto positivo o negativo genera una respuesta kármica recompensativa o castigadora.
Este mecanismo va reproduciéndose mediante sucesivas vidas en la Tierra, las
cuales tienen por única misión purificar el alma del ser hasta alcanzar la
perfección total.
A lo largo de las distintas
reencarnaciones vamos progresando en el nivel de conciencia hasta llegar a
alcanzar la perfección total, que es la consecución del hombre perfecto. El
proceso kármico reencarnacionista se basa en las leyes inmutables del
nacimiento y de la muerte, aunque una vez encarnado dentro de un cuerpo físico el
ser tiene la posibilidad de moverse libremente según los impulsos que su libre
albedrío le dictamine.
A pesar de la prefiguración de la
existencia el ser humano posee la facultad de la libertad individual, que le
permite elegir voluntariamente el desarrollo de su vida, llenándola de
experiencias positivas y negativas. El comportamiento del hombre puede eliminar
su viejo karma y crear uno nuevo de valor más elevado en la escala de nuestra
purificación espiritual.
Cuando se comprende el objetivo
de la reencarnación se toma conciencia de que el proceso evolutivo tiene como
objetivo igualar la existencia de todas las criaturas. Se comprende que nada
hay al azar en la vida y que todo tiene su mecanismo compensatorio; ello
proporciona calma de espíritu. Así se hace comprensible por qué unos seres
están bien formados y otros no, por qué unos están sanos y otros enfermos, y
por qué unos son ricos y otros pobres espiritual o materialmente.
El karma es el destino del que
cada hombre es protagonista a través de sus acciones. El Ser Supremo no premia
directamente la virtud y castiga la debilidad, sino que la recompensa o el
castigo van implícitos en la acción. Una acción buena o positiva produce frutos
buenos, y una acción mala o negativa comporta malos frutos. Es como ya hemos
dicho, la ley de acción y reacción. Ahora bien, no existe en este mundo una
acción absolutamente buena o absolutamente mala. Todas las acciones llevan una
carga positiva y una negativa. Decimos que es buena cuando su carga positiva es
superior a la negativa y viceversa. Del mismo modo, no existe una conducta
cuyas acciones sean todas buenas ni otra que sean todas malas. En términos
generales, se considera buena una conducta que acumula más acciones positivas
que negativas. Por eso, en la vida de todo hombre hay placer y dolor en
distintas medidas. Siempre en relación directa a la calidad de sus acciones
pasadas.
Existe una conexión definida
entre lo que estamos haciendo ahora y lo que ocurrirá en el futuro. También
existe esta relación íntima entre lo que nos ocurre ahora y nuestras acciones
pasadas. Nuestro presente está determinado por nuestro pasado. De nuestra
actuación presente depende nuestro futuro "Eres descendiente de tu pasado
y progenitor de tu futuro". Digamos que las circunstancias que van a
rodear nuestra vida actual son ya inamovibles, puesto que son consecuencia de
cuanto hicimos con anterioridad. Es como una flecha que se ha lanzado y ya no
hay modo de detener. Sin embargo, la actitud o la manera con que afrontamos
esas circunstancias van a influir decisivamente en la formación de nuestro
futuro destino.
Pueden distinguirse tres tipos de
karma. Sanchita, o el total de semillas acumuladas a lo largo de todas nuestras
existencias. Prarabdha, o el puñado de semillas que utilizamos en una vida y
que conforman las circunstancias que concurrirán en esa vida. Y Kriyamana, o el
fruto que obtenemos de las acciones de esta vida y que pasa inmediatamente a
engrosar nuestro almacén, Sanchita, y, por lo tanto, a influir en nuestro
futuro.
No puede hablarse de
predestinación, porque es el esfuerzo de hoy el que determina el destino de
mañana. Deseo, pensamiento y acción van siempre unidos. Es el deseo quien da
lugar al pensamiento y éste a la acción. Repitiendo una acción determinada se
adquiere un hábito. Cultivando hábitos se desarrolla un carácter y es el
carácter, en definitiva, el que determina el destino del hombre. El destino es,
por tanto, una creación propia. Lo hemos creado por medio de pensamientos y
acciones.
Las causas de nuestras acciones
son nuestros pensamientos y la causa de éstos, nuestros deseos. Surge en la
mente un deseo de posesión de un objeto. Inmediatamente se piensa cómo
conseguirlo y, acto seguido, se actúa para obtenerlo. El deseo, el pensamiento
y la acción son los tres hilos que, entrelazados, trenzan la cuerda del karma.
Pero, ¿cuál es la causa de nuestros deseos? Aquí es donde se cierra el ciclo
porque nuestros deseos sutiles dependen de las experiencias agradables
recogidas como fruto de nuestras acciones. El deseo produce la acción y la
acción produce el deseo. Me apetece un helado, lo tomo y la experiencia
deliciosa de saborearlo queda grabada en mi mente y surge más adelante en forma
de deseo por otro helado.
¿Es ésta la historia de la
gallina y el huevo? ¿No es este ciclo de deseos y acciones un círculo vicioso
en el que la voluntad del hombre parece quedar al margen? Sólo en apariencia,
porque el deseo, antes de ser acción, ha de ser pensamiento y ahí es donde la
voluntad del hombre puede manipular, controlar y seleccionar. Los deseos no
determinan absolutamente la acción, sino que crea una tendencia. De aquí la
importancia que el Yoga concede al pensamiento positivo.
Utiliza la concentración en lo
positivo como modo de estimular una actuación positiva que, a su vez, procure
un karma positivo.
Es harto intrincado establecer
claramente las conexiones entre la ley del karma y nuestros procesos
psicológicos, pero la ley existe y eso es preciso aceptarlo. Por otra parte, es
ciertamente confortante constatar que nuestro destino está enteramente en
nuestras manos y no somos guiñoles movidos caprichosamente por fuerzas
misteriosas y desconocidas.
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